Un dÃa que Aristeo perseguÃa a la bella ninfa EurÃdice, mujer de Orfeo, ésta fue mordida en su huida por una horrible serpiente que le causó la muerte. Los dioses superiores castigaron a Aristeo con una enfermedad contagiosa que mató a todas sus abejas. Éste acudió entonces a lamentarse junto a su madre asegurándole que de nada le servÃa ser hijo de Apolo pues todos los dioses se habÃan cebado sobre su suerte y habÃan destruido todo lo que tenÃa y añadió: "¡Y tú eres mi madre...! Pues bien, destruye por tu propia mano los árboles que planté (...) ya que el honor de un hijo tan poco te conmueve". Cirene se emocionó ante sus palabras y lamentos y lo consoló pero dijo que no podÃa ayudarle y que sólo obtendrÃa algún buen consejo de manos del célebre adivino Proteo, que era hijo del Océano.
Proteo se negó a ayudarle en principio, pero finalmente le indicó que estaba siendo perseguido por una maldición divina y que debÃa apaciguar las iras de las ninfas hermanas de EurÃdice dedicándoles un altar y consagrándoles diversos animales muertos. Aristeo asà lo hizo y cuando al cabo de unos dÃas volvió al lugar donde habÃa ejecutado las órdenes de Proteo encontró enormes enjambres de abejas que salÃan de las entrañas de las bestias en putrefacción. La alegrÃa de Aristeo fue inmensa. Tiempo después Aristeo se casó con Autónoe, hija de Cadmo, de quien obtuvo a su primogénito Acteón, que murió de forma cruel. Cuando alcanzó el final de sus dÃas y después de vivir en diferentes residencias, Dionisio le inició en el arte de la organización de grandes banquetes y orgÃas. Aristeo es representado como un simple pastor con un cordero a sus hombros.